Luc Besson trae de vuelta uno de los mitos más emblemáticos del género de terror con ‘Drácula‘, su particular versión de la inmortal novela de Bram Stoker. En lugar de apostar por el terror gótico clásico, el director francés propone una reinterpretación visualmente excesiva y profundamente romántica del mito.
Con Caleb Landry Jones en el papel protagonista y Christoph Waltz entre los miembros más destacados del reparto, la película se sumerge en una fantasía barroca de castillos, bailes y obsesiones, más cercana al espíritu de Coppola que al horror sobrio de Terence Fisher. Besson, que ya exploró el amor, la pérdida y la redención en títulos como ‘El quinto elemento‘ o ‘Lucy‘, vuelve a firmar una obra muy personal, donde los colmillos brillan tanto como el artificio.
El delirio romántico de Besson
Desde el Festival de Sitges, Tomás Andrés Guerrero -que toma el relevo de Alejandro G. Calvo- ofreció su particular lectura de la película. «Luc Besson nos advirtió que esto no es una película de terror. No es el Drácula oscuro que muchos esperaban, sino una historia de amor», explicó. Según Guerrero, el filme «es una fantasía visual, un delirio kitsch y un espectáculo tan exagerado que por momentos provoca estupor». Aun así, el crítico reconoció disfrutar de la propuesta si se la aborda «con los ojos de un fan de la serie B y del cine del propio Besson».
Guerrero destacó especialmente el trabajo de Caleb Landry Jones, quien, pese a su habitual excentricidad interpretativa, «consigue un Drácula frágil, casi místico, que gana en cada aparición». Sobre Christoph Waltz, apuntó que «rompe su arquetipo de villano y ofrece una figura más benévola, casi un Van Helsing con sotana». Sin embargo, no todo fueron elogios y también lamentó la superficialidad con la que se retrata a los personajes femeninos, «mal escritos y reducidos a simples comparsas del protagonista», algo que, según él, «desluce la pretendida historia de amor que Besson quiere contar».
El crítico subrayó también el tono festivo del filme, con su desbordante diseño de producción, sus coreografías de baile y sus gárgolas digitales convertidas en sirvientes del vampiro: «El director parece disfrutar como en los noventa, rodando sin freno, con la libertad del que ya no tiene nada que demostrar». Pero advirtió: quien espere un Drácula solemne o aterrador saldrá desconcertado. «Esto va de venir a disfrutar. Si uno acepta el exceso y se deja llevar por la locura romántica, la película funciona».
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