No creo que nadie se lleve las manos a la cabeza si digo que en los años 80, la cocaína en los rodajes de cine era como el pan en las panaderías. O, como dicen en ‘The Studio’, «el buffet clásico de Hollywood». Hay constancia de que muchísimos actores estaban enganchados sin que nadie le diera demasiada importancia, y películas como ‘Blues Brothers’ incluso tenían una parte del presupuesto dedicada, directamente, a conseguir droga para los rodajes nocturnos. Con este panorama, imaginaréis lo que os voy a contar sobre ‘Popeye’.
¿Espinacas? No, no exactamente
Barry Diller, que en su día fue director de Paramount (de 1974 a 1984, antes de irse a Fox durante ocho años más) presenta ahora una autobiografía repleta de cotilleos de la Meca del Cine, ‘Who Knew’, y está haciendo ronda de medios. Lo que quizá no se esperaba era la pregunta que Entertainment Weekly le hizo sobre la película con más cocaína de todas las que ha trabajado. Eso sí, tampoco dudó en su respuesta ni un momento.
¿Un rodaje repleto de cocaína? Oh, ‘Popeye’. Por cierto, puedes verla. Si ves ‘Popeye’, estás viendo una película que… Piensa en ella en la manera en que se solía hacer sobre la velocidad de los vinilos, lo de las 33 revoluciones por minuto. Esta es una película que va a 78 revoluciones por minuto y 33 de velocidad.
De hecho, la anécdota que cuenta es absolutamente demencial: «No podías escapar de ello. Por aquella época mandaban la película diariamente en latas a Los Angeles para procesarlas. Esto se rodó en Malta. Y descubrimos que las latas de películas se estaban usando para mandar cocaína continuamente a este rodaje. Todo el mundo estaba colocado». ¿Cómo, si no, se podría haber rodado un título como ‘Popeye’? Si la conoces, es probable que mientras la veías pensaras que alguien estaba muy drogado para hacerla tal y como nos llegó al público. La respuesta es que «alguien» no estaba muy drogado. Todos lo estaban.
Si algún día vas a Malta, por cierto, no dejes de visitar el set de rodaje de la película: Robert Altman montó el pueblo donde viven los personajes en un lugar deshabitado, y al marcharse se olvido de destruirlo, así que con el tiempo lo han transformado en un cutre parque temático. La entrada cuesta 25 euros en verano y os podéis dar un bañito. Igual, quién sabe, encontráis sorpresas inesperadas guardadas desde 1980. Al fin y al cabo, las espinacas no eran lo que más le gustaba a Robin Williams.
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